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sexta-feira, 20 de maio de 2011

CARTA DE SANTIAGO A LOS CRISTIANOS - 3 Parte


CONOCIENDO Y REALIZANDO LA VOLUNTAD DE DIOS

Lectura: Santiago 1:13–27

  “Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios” (Santiago 1:13). La tentación no es pecado. Nosotros recibimos tentación de muchas maneras. Pero sí cometemos pecado cuando aceptamos la tentación y hacemos lo malo. El mundo, la carne (es decir, nuestra antigua naturaleza) y el diablo tientan al cristiano; el Cristiano también es tentado a volver a los errores que realizaba antes de ser salvo y a vivir su antigua vida otra vez.

  El mundo nos llama a divertirnos, pero el mundo es enemigo de Dios (Santiago 4:4). Nuestra antigua naturaleza nos pide comodidades y exige nuestra atención y lealtad, y Satanás usa todos sus trucos para
atraparnos. Sin embargo, cuando ponemos nuestra mirada en Jesús, obtenemos la victoria sobre Satanás y sobre sus trampas (Hebreos 12:2).

  Cuando decidimos vivir de la manera que Dios quiere que vivamos, El Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad (Romanos 12:1-2).
   “…no os engañéis. …todo don perfecto viene de lo alto, desciende Del Padre...” (Santiago 1:16–17). A través de su hijo, Jesucristo, Dios nos há dado “todo cuanto concierne a la vida y a la piedad...” (2 Pedro 1:3).

  Dios es amoroso y caritativo; él quiere que todos tomemos los regalos perfectos de su mano. Podemos ser ricos en fe y en las bendiciones de su Espíritu. Él iluminará a su iglesia y nuestras vidas con los regalos que necesitemos para servirle.

  “El nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos lãs primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18). Dios escogió dar a nuestros espíritus un nuevo nacimiento. Nuestros espíritus eran como velas que
nunca habían sido encendidas. A través de la palabra de la verdad, su Espíritu nos tocó con un fuego nuevo. Nuestro espíritu fue dirigido hacia Dios y nació de nuevo por su Espíritu Santo (Juan 3:3).

  Antes que nosotros naciéramos, Dios ya sabía quiénes formarían parte de su familia. El sabía quién iba a creer en Jesucristo, y nos llamó y nos escogió a través del mensaje del evangelio. Mientras alguien nos
predicaba la palabra de verdad, nosotros la escuchamos con nuestros oídos y corazones, y creímos que Jesús había muerto por nosotros. En ese mismo momento, el Espíritu Santo nos marcó. Él nos marca – o sella – con el sello de Dios. Esa marca demuestra que pertenecemos a Dios (Efesios 1:13).

  “Pues habéis nacido de nuevo… mediante la palabra de Dios que vive y permanece” (1 Pedro 1:23). La familia de Dios se compone de todos aquellos que tienen fe. Ellos aman a Jesucristo y le siguen. Son hijos e
hijas de Dios y le llaman “Padre” (Romanos 8:15).

  Nosotros somos “primicias”, es decir, una primera cosecha. Jesucristo fue el primero de esta cosecha. Él fue como una semilla que se siembra en la tierra (Juan 12:24). Él habló acerca de una cosecha (Lucas 10:2; 1 Corintios 15:20), refiriéndose a los cristianos. Nosotros somos el fruto santo de su muerte. Es por la muerte de Jesucristo que tenemos vida, y esa vida nueva puede crecer y madurar y dar frutos (Filipenses 1:11).

  Dios es quien recibirá esa cosecha por la victoria que Cristo tuvo sobre El pecado y la muerte (Mateo 13:43).

  “Mis amados hermanos…” (Santiago 1:19). Santiago vivía en Jerusalén, lejos de los cristianos para quienes él escribió su carta. Sin embargo, sentía que era uno con ellos en sus sufrimientos, y que podía
darles las siguientes verdades de Dios:

1. escuchar más, hablar menos y tardar en enojarse, (Santiago 1:19),
2. deshacerse de toda suciedad moral, es decir, limpiar sus vidas (Santiago 1:21),
3. aceptar con humildad la palabra de Dios (Santiago 1:21).

ESCUCHAR LA VOZ DE DIOS
  La prisa es uno de nuestros mayores problemas. No nos detenemos para escuchar la voz del Espíritu Santo. Todos estamos muy ocupados hablando, haciendo y corriendo, en lugar de pararnos y escuchar.  Nos apresuramos a hacer las cosas y no esperamos a Dios. Al estar preocupados y apresurados, nos molestamos con cualquier hermano o hermana que interfiere en nuestro camino.

  El Espíritu Santo utiliza la palabra de Dios para mostrarnos lo que realmente somos. El Espíritu Santo es la ley perfecta, y funciona como un espejo: nos muestra lo que está mal en nuestras vida. Si nos volteamos
y olvidamos lo que nos dice, fallamos; pero si hacemos lo que dice (Santiago 1:22), nosotros “seremos bendecidos en lo que hacemos”. (Santiago 1:25).
 
  La palabra de verdad que nos salva lavará nuestros corazones. La Biblia utiliza con frecuencia esta imagen del lavamiento de nuestros pecados: a) somos lavados por la palabra de Dios (Efesios 5:26); b) somos lavados por la obra del Espíritu Santo (1 Corintios 6:11); c) somos lavados por la sangre de Jesús (Apocalipsis 1:5). El hombre que estudia la Biblia tiene acceso a la ley perfecta, y puede ver exactamente lo que está haciendo mal. Por lo tanto, busca la ayuda de Dios y le pide perdón al prójimo. Para esta persona, la palabra de Dios es la ley que da libertad. Lo libera del pecado y del poder de Satanás. Cuando se
arrepiente, es libre para vivir una vida honrada, vive para servir al Señor y continúa su vida bendecido y gozoso (Romanos 6:22).

BENDECIDO Y GOZOSO
  El proceso del lavamiento no sólo sucede una o dos veces. El lavamiento del corazón del hombre es un proceso continuo. Se convierte en un hábito. Dios dice en su palabra: “sed vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir” (1 Pedro 1:15), así que el cristiano no puede vivir sin meditar en la ley que le da libertad. El cristiano se arrepiente y confiesa sus pecados una y otra vez y se limpia de nuevo. Así, vive una vida
santa.

  Pensemos en un perro atado a un automóvil por una cadena. La ley de la cadena hace que el perro siga al automóvil. Sin embargo, El hombre que se lava constantemente sigue a Cristo sin cadena en su
cuello; lo sigue por amor. Escoge seguir a su amo con un corazón libre.

  Esta no es la ley que Moisés recibió en el Monte Sinaí, ¡es mucho más que eso! Es una ley mayor: una ley de amor, una ley perfecta, como la que Jesús enseñó en Mateo 5 (Romanos 8:1-2).
  “Si alguno… no refrena su lengua, …la religión del tal es vana” (Santiago 1:26). Jesús no hablaba acerca de una religión. Hablaba sobre la fe en Dios y el amor a otros (Mateo 22:37–39). Dios mira las
buenas obras que proceden de nuestra fe. De esa forma, amamos a los “huérfanos y viudas” entre nosotros, es decir, cualquier persona que no tenga quién se ocupe de ella. Ellos son los pobres que siempre
tendremos con nosotros en nuestras congregaciones (Mateo 26:11). Ellos son nuestra carga. Dios demuestra su amor a los necesitados cuando nosotros les servimos.

Discusión:
1. ¿Profesar una religión es lo mismo que nacer de nuevo por El Espíritu de Dios? (Juan 3:8).
2. ¿Cómo puedes saber que has nacido de nuevo?


Pesquisa: Pastor Charles Maciel Vieira

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