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sexta-feira, 27 de maio de 2011

Diluvio Bíblico - Relato de una Inundación Procedente de la Antigua Babilonia


Relato de una Inundación Procedente de la Antigua Babilonia

  La epopeya de Gilgamesh y la Biblia. — Doce tablas de arcilla encontradas en Nínive. — Una epopeya antiquísima en la biblioteca de Assurbanipal. — Utnapishtim, ¿el Noé de los sumerios? — El secreto del monte Ararat. — Una nave gigantesca entre los restos de un ventisquero. — Expediciones en busca del Arca bíblica.

DIJO, PUES, DIOS A NOÉ: "FABRÍCATE UN ARCA DE MADERA DE CONÍFERA, HAZ EN EL ARCA DIVERSAS MANSIONES Y EMBRÉALA POR DENTRO Y FUERA CON BREA" (Gén. 6:14).

  A principios del siglo XX, mucho antes de que Woolley descubriera Ur, tuvo lugar un hallazgo sensacional que dio ocasión a violentas discusiones en torno a la Sagrada Escritura.
  Un relato antiquísimo y misterioso había surgido de las tinieblas del antiguo Oriente; era un poema heroico, compuesto de 300 cuartetas, grabadas sobre doce macizas tablillas de barro, que cantaban las maravillosas aventuras del legendario rey Gilgamesh.
  El texto era asombroso: Gilgamesh hablaba, al igual que la Biblia, de un hombre que había precedido y sobrevivido a la gran catástrofe de una inundación.
  ¿De dónde procedía esta grandiosa y notable epopeya? Fueron unos exploradores ingleses quienes, en expediciones realizadas durante el año 50 del pasado siglo, habían encontrado aquellas doce tablillas de barro, junto con otros veinte mil textos, perfectamente ordenados, entre las ruinas de la biblioteca de Nínive, considerada como la más célebre de la Antigüedad y construida por Assurbanipal en el siglo VII antes de J.C., en la vieja Nínive, a orillas del río Tigris.
  Este tesoro, de valor incalculable, existente ahora en el Museo Británico, fue embalado cuidadosamente y emprendió el largo viaje desde Nínive hasta Inglaterra.
Pero su verdadero valor no fue conocido hasta algunos lustros más tarde, cuando se hizo posible descifrar los textos.
  Por aquel entonces no había nadie que pudiese hacerlo. A pesar de todos los esfuerzos, las tablillas permanecían mudas. Poco antes del 1900, en las sobrias aulas del Museo Británico, después de 2.500 años, empezó a tomar sentido uno de los más bellos poemas del Oriente antiguo, y los asiriólogos podían leer por vez primera la epopeya de Gilgamesh.

  Este poema está escrito en el lenguaje cortesano y diplomático de la época del rey Assurbanipal, es decir, en acádico. La forma que presentaba en la biblioteca de Nínive la había recibido un milenio antes, en la época del gran rey Hammurabi de Babilonia, en cuya metrópoli, situada al margen del Éufrates, fue descubierto otro ejemplar. Otros hallazgos apoyan la opinión según la cual la epopeya de Gilgamesh formaba parte del tesoro cultural de todos los estados del antiguo Oriente. Los hititas y los egipcios lo traducen a sus respectivos idiomas y las tablillas escritas con caracteres cuneiformes encontradas en el país del Nilo dejan aún apreciar huellas claras de tinta roja en aquellos puntos que, al parecer, ofrecían alguna dificultad a los traductores egipcios.
 
  Un pequeño fragmento de arcilla nos descubre el origen de la epopeya de Gilgamesh de una manera definitiva. El mundo debe su forma primitiva a los sumerios, a aquel pueblo cuya metrópoli se había alzado en el emplazamiento de Ur.
Gilgamesh — así lo narra el texto cuneiforme de la tablilla procedente de la biblioteca de Nínive — está decidido a asegurarse la inmortalidad, y con este fin emprende un largo y aventurero viaje, en busca de su antepasado Utnapishtim, de quien espera conocer el secreto de la inmortalidad, con que fue agraciado por los dioses. Llegado a la isla en que Utnapishtim vive, Gilgamesh le pregunta sobre "el misterio de la vida."  Utnapishtim le cuenta cómo antes vivía en Shuruppak y era un fiel adorador del dios Ea. Cuando los dioses decidieron destruir el mundo por medio de un diluvio, Ea previno a su adorador y le dio estas órdenes:
  "Hombre de Shuruppak, hijo de Ubaratutu, / destruye tu casa / y construye un navío. / Abandona las riquezas, / ¡busca la vida! / Desprecia los bienes, / ¡salva la vida! / Mete toda simiente de vida dentro del navío. / El navío / que debes construir... / las medidas estén [bien] proporcionadas."
  Todos conocemos el maravilloso relato que sigue. Ahora bien, la Biblia nos cuenta de Noé, lo que la epopeya de Gilgamesh cuenta de Utnapishtim.
"Habló, pues, Dios a Noé...: Fabrícate un arca de madera de conífera... Meterás además en el arca, de entre todo viviente y todo ser animado, dos de cada clase a vivir contigo; serán macho y hembra" (Gén. 6:13).
Para poder comparar los textos con mayor facilidad, citamos a continuación en la parte izquierda lo que Utnapishtim dice acerca del acontecimiento por él vivido, y en la parte derecha, lo que la Biblia refiere acerca del diluvio y de Noé.
Utnapishtim, de acuerdo con las órdenes recibidas del dios Ea, construye el navío y dice:
El quinto día tracé su estructura.

La longitud del arca será de 300 codos, de 50 codos su anchura y de 30 codos su altura (Gén. 6:15).
Su superficie era de doce iku (unos 3.000 metros cuadrados).


Las paredes eran de diez gar (un gar es igual a 6 metros aproximadamente) de altura.


Los recubrí con seis pisos; repartí su anchura siete veces.

Plantas bajas, segundas y terceras le harás (Gén. 6:16).
Su interior lo repartí nueve veces.

Haz en el arca diversas mansiones (Gén. 6:14).
Seis sar (medida desconocida) de brea eché en el horno.

Y embréala por dentro y fuera con brea (Gén. 6:14).


  Cuando Utnapishtim ha terminado la construcción del navío celebra una espléndida fiesta. Sacrifica bueyes y ovejas para los que le han ayudado y les obsequia "con mosto, cerveza, aceite y vino con la misma profusión que si se tratara de agua corriente." Luego prosigue:


Y ante las aguas del diluvio entró Noé en el arca, acompañado de sus hijos, mujer y las mujeres de sus hijos.
Todo lo que tenía lo cargué con toda clase de simiente de vida.
Metí en el navío a toda mi familia y parentela.

De los animales puros y de los animales que no lo son y de las aves y de todo lo que se arrastra sobre el suelo, de dos en dos vinieron hasta Noé al arca, macho y hembra, como había Dios mandado a Noé (Gén. 7:7-9).
Ganados del campo, animales del campo, artesanos... a todos los metí.


Entré en el navío y cerré mi puerta.

Y Yahvé cerró tras él (Gén. 7:16).
Cuando brilló la luz matutina, de los fundamentos del cielo se alzó una nube negra: Adad rugía allí dentro.
El furor de Adad llega hasta el cielo; y toda claridad se cambia en tinieblas.

A los siete días las aguas del diluvio irrumpieron sobre la tierra... En ese día se hendieron todas las fuentes del gran abismo y las compuertas del cielo se abrieron (Gén. 7:10-11).


  Los dioses quedan horrorizados ante la inundación y se refugian en lo más alto del cielo, en el cielo del dios Anu. Antes de penetrar en él "se acurrucan como perros" y, afligidos y asustados por la catástrofe, protestan cabizbajos y llorosos.
¡Es ésta una descripción digna de Homero!
Mientras tanto continúa el diluvio:
Seis días y seis noches corre el viento, el diluvio; la tempestad devasta la región.

Entonces acaeció el diluvio sobre la tierra durante 40 días, y se multiplicaron las aguas.
Así, pues, las aguas crecieron sobre la tierra de forma que quedaron cubiertos todos los montes más altos que bajo el cielo entero existían (Gén. 7:17-19)
Cuando llegó el séptimo día, la tempestad, el diluvio, fue vencido en la batalla, que como ejército había librado.

Entonces se acordó Dios de Noé... E hizo pasar un viento sobre la tierra, tras lo cual fueron menguando las aguas (Génesis 8:1).
Se amansó el mar, calló el huracán, cesó el diluvio.
Y todo el género humano se había convertido en fango.

Cerráronse, pues, los manantiales del abismo y las compuertas celestes y cesó el aguacero del cielo. Con esto fuéronse desviando gradualmente de sobre la tierra las aguas, las cuales fueron decreciendo al cabo de 150 días (Gén. 8:2-3).
La campiña se había puesto parecida a una techumbre.

De esta suerte pereció cuanto ser corpóreo se movía sobre la tierra... así como toda la humanidad (Gén. 7:21).

  ¡Todo el género humano se había convertido en fango! Utnapishtim, el Noé de los sumerios, describe lo que él mismo ha vivido. Los babilonios, los asirios, los hititas y los egipcios que tradujeron estas palabras o las recibieron por tradición, jamás sospecharon, como ni tampoco los modernos asiriólogos, que infatigable fue descifrar las tablillas de escritura cuneiforme, que contenían la relación de acontecimientos, realmente sucedidos.
  Hoy día estamos convencidos de que el verso 134 de la tablilla XI de la epopeya de Gilgamesh tiene que transmitir el relato de un testigo ocular. Sólo un hombre cuyos ojos hayan contemplado las desoladoras secuelas de la catástrofe es capaz de describirla en forma tan patética y realista.
Sin duda que él tuvo que haber visto con sus propios ojos la inmensa capa de fango que cubrió a todo ser viviente cual una mortaja, y que dejó la campiña "lisa cual techumbre de un edificio."
  La misma descripción precisa y detallada que hace de la gran tempestad abona esta suposición. En efecto, Utnapishtim habla expresamente de una tempestad procedente del sur, lo cual responde exactamente a la situación geográfica del país. El Golfo Pérsico, cuyas olas fueron arrastradas por la tempestad sobre la tierra firme, está situado al sur de la desembocadura del Tigris y del Éufrates. Utnapishtim describe hasta en los más mínimos detalles con trazos exactos los fenómenos atmosféricos característicos de aquella región y la aparición de una extraordinaria perturbación en la atmósfera: el surgir de negros nubarrones acompañados del fragor del trueno; la claridad del día que se cambia instantáneamente en tinieblas; el desencadenamiento de la tempestad, procedente del sur y que arrastra consigo las aguas.
  Un meteorólogo reconoce en seguida que se trata de la descripción del origen y desarrollo de un ciclón, de un tornado. La moderna meteorología sabe hoy que los terrenos costeros de las zonas tropicales, las islas en medio del océano y, sobre todo, las cuencas inundadas de los ríos están expuestas a una especie de diluvio devastador y aniquilante, motivado por un ciclón que a menudo va acompañado de terremotos y de lluvias diluviales.
  En las costas de la Florida, en el Golfo de México y en el Pacífico, funciona en la actualidad un servicio de prevensión con amplias ramificaciones, que disponen de todos los adelantos técnicos. Pero a los hombres que vivían en Mesopotamia hacia el año 4000 antes de J.C. ni siquiera un moderno servicio de previsión les hubiera sido útil.
  A veces un ciclón adquiere proporciones de auténtico diluvio. Existe un ejemplo en época muy reciente.
  En el año 1876 se desencadenó un ciclón de esta clase, acompañado de feroces tormentas, que penetró por el Golfo de Bengala y tomó la dirección de la costa, hacia la desembocadura del Ganges. Los mástiles de los buques que navegaban en trescientos kilómetros a la redonda del epicentro fueron abatidos. Bajó la marea. Las aguas, al retirarse, fueron empujadas por las ondas del ciclón. Una ola gigantesca fue formándose. Rompióse sobre el territorio del Ganges y las aguas del mar alcanzaron en la región del río hasta 15 metros de altura. Muchas millas cuadradas quedaron anegadas y unos 215.000 seres humanos perdieron la vida.
Utnapishtim describe a Gilgamesh, que se halla impresionado, lo que sucedió cuando la tempestad hubo cesado.
Abrí la ventana y la luz resbaló por mis mejillas.

Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana del arca que había hecho (Gén. 8:6).
El navío se posó en el monte Nisir.

En el mes séptimo, día 17 del mes, descansó el arca sobre el monte Ararat (Gén. 8:4).
El monte Nisir retuvo al navío y no lo dejó bogar más.



 
  Los textos cuneiformes de Babilonia antigua describen con suma exactitud dónde hay que buscar el monte Nisir: entre el Tigris y el curso inferior del Zabu, donde la escabrosa y escarpada cordillera del Kurdistán asciende desde las llanas riberas del Tigris. El punto indicado, como sitio de abordo de la nave, corresponde exactamente al curso que pudo seguir la catástrofe una vez desencadenada en el Sur. Sabemos por Utnapishtim que Shuruppak era su ciudad natal. Esta ciudad estaba situada cerca de la actual Farah, en medio de la llanura inundada, allí donde el Éufrates y el Tigris se separan formando un amplio arco. Una marea alta procedente del Golfo Pérsico debió de empujar de seguro la nave desde allí hasta la cordillera del Kurdistán.
  A pesar de la expresa mención que la epopeya de Gilgamesh hace del monte Nisir, nunca se les ocurrió a los curiosos investigadores explorar este lugar en busca de los restos del navío. En cambio el monte Ararat, mencionado en el relato bíblico, ha sido objeto de verdaderas expediciones en serie.
  El monte Ararat está situado en la parte oriental de Turquía, muy cerca de las fronteras del Irán y de la Unión Soviética. Su cumbre, que se eleva 5.156 metros, está cubierta de nieves perpetuas.
  Durante el siglo pasado, muchos años antes de que ningún arqueólogo hundiese su azada en el suelo de Mesopotamia, las primeras expediciones emprendieron la ruta del monte Ararat. Una historia pastoril había impulsado a ello.
  Hay a los pies del monte Ararat una pequeña aldea armenia, llamada Bayzit, cuyos habitantes desde muy antiguo hablan de los notables relatos de un pastor que cierto día parece que vio un gran navío de madera sobre el Ararat.
  El relato de una expedición turca del año 1833 parecía confirmar la historia del pastor. En ella se hablaba de la proa de madera de una embarcación, que en tiempo de verano se dejaba ver en los ventisqueros del sur del monte.
  Otro que parece haberla visto es el Dr. Nouri, arcediano de Jerusalén y Babilonia. Este dignatario eclesiástico emprendió en 1893 un viaje de exploración a las fuentes del Éufrates. A su regreso anunció haber visto los restos de un navío entre las nieves perpetuas: "Su interior — escribe — estaba lleno de nieve. Su pared exterior era de un color rojo oscuro."
  Durante la primera guerra mundial, un oficial de aviación ruso, llamado Roskowitzki, anunció que había visto desde su avión en la falda sur del Ararat "los restos de un navío singular." En plena guerra, el zar Nicolás II envió inmediatamente un grupo expedicionario. Esta expedición, no sólo vio un navío, sino que lo fotografió. Pero todas las pruebas y documentos parece ser desaparecieron durante la revolución de octubre.
  Existen también varias panorámicas tomadas desde aviónes conseguidas durante la última guerra. Ellas se deben a un piloto soviético y a cuatro aviadores americanos.

  Las últimas noticias proceden del historiador americano Doctor Aaron Smith, de Greensborough, hombre conocedor del problema del diluvio. Después de muchos años de trabajo ha reunido la historia literaria sobre la cuestión del arca de Noé. En conjunto son 80.000 las obras escritas en 72 idiomas sobre el Diluvio Universal, 70.000 de las cuales hacen mención de los restos del navío legendario.
  En 1951 el doctor Smith, acompañado de 40 hombres, explora durante doce días las capas de hielo del Ararat. "Aunque no encontramos ningún vestigio del arca de Noé — declaró más tarde—, mi fe en la descripción bíblica del diluvio se ha reforzado. Volveremos."
  Acuciado por el doctor Smith, el joven explorador francés de Groenlandia, Juan de Riquer, realizó en 1952 una ascensión a este monte de origen volcánico. También él descendió sin haber conseguido nada. A pesar de todo nuevas expediciones se organizan al monte Ararat.
  Ninguna tradición de los tiempos antiguos procedente de Mesopotamia está tan de acuerdo con los relatos bíblicos como la de la inundación que figura en la epopeya de Gilgamesh. En algunos pasajes se encuentra hasta una coincidencia en las palabras.  No obstante existe una importante y esencial diferencia. La historia del Génesis, con la cual estamos tan familiarizados, reconoce a un solo Dios. Ha desaparecido la idea estrafalariamente pintoresca y primitiva de un cielo superpoblado de dioses, muchos de los cuales ostentan rasgos demasiado humanos, dioses que lloran, se quejan, tienen miedo y "se acurrucan como perros."
  La epopeya de Gilgamesh procede sin duda del mismo ambiente vital que existe en el "Fértil Creciente," dentro del cual tuvo origen la Biblia.
  Gracias al descubrimiento de la capa de lodo en Ur, se ha demostrado que la antigua epopeya de Mesopotamia relataba un hecho histórico. La gran inundación ocurrida hace 4.000 años en la parte meridional de aquel país ha quedado confirmada arqueológicamente.
  Pero surge una pregunta: ¿aquella inundación babilónica es en realidad el diluvio de que nos habla la Biblia?
  A esta pregunta no han podido responder todavía ni la Arqueología ni ninguna otra clase de investigaciones.


Fonte: Keller, Werner - Y La Biblia Tenia Razon



Pesquisa: Pr.Charles Maciel Vieira

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